Luego de la premiación del mundial de fútbol de 1998 mostraron en la televisión a un caballero. La transmisión se quedó harto rato con él. Le pregunté a mi mamá quién era y respondió, sin despegar la mirada de la pantalla: el hombre más bueno del mundo. No el futbolista. El hombre. Así fue como me enteré de la existencia de Pelé. Con el tiempo entendí que lo que mi mamá en realidad había querido decir era: el mejor futbolista del mundo o tal vez el mejor futbolista de la historia, o algo así. Algo que aludiera a sus bondades como futbolista y no como hombre. Menos como el mejor. Pero nunca me pude sacar de la cabeza esa idea extraña de que Pelé, que a todo esto, no tengo idea si habrá sido una buena o mala persona, era el hombre más bueno del mundo.
Dark
Light